sábado, 24 de octubre de 2009

El Universo Simbólico del Arte como Identidad Colectiva










Diversidad de lenguajes y de categorías discursivas definen hoy los modos y los medios del arte y los fenómenos estéticos, y derivan nuevas condiciones para su interpretación e interlocución. En ellos se despliega un continente de metalenguajes y visiones del mundo, que edificados sobre el fundamento estructural del símbolo como identidad colectiva, se hacen cada vez más trascendentes y universales para entender las dinámicas propias de la contem-poraneidad.



Margarita Guerra






Toda cultura establece formas simbólicas y a través de ellas organiza la vida, sintetizándola en signos plenos de sentido. En la cotidianidad vivimos, casi siempre sin percatarnos, inmersos en un “universo simbólico” el cual, sin embargo, no somos capaces de comprender en su cabal profundidad y complejidad, pues sólo observamos lo externo de su configuración, a lo sumo vemos en ellos un mero espejismo conceptual de signos con- vencionales relativos a la expresión de nuestra cotidianidad, así, por ejemplo, un triángulo representa peligro, un círculo lo relacionamos a menudo con la globalidad, el cuadrado con la extensión o delimitación de algo, y de esta misma manera superficial hemos elaborado un sin fin de “símbolos” que nos sirven como guía o referencia a connotaciones concretas de nuestro día a día.

Sin embargo, a pesar de ese uso paupérrimo y superficial que le damos, no podemos dejar de afirmar que comprenden un alto nivel de expresividad; y es que precisamente esa expresividad es la clave misteriosa del símbolo, puesto que, surgió naturalmente de la necesidad de expresión en un medio que trasciende las limitaciones de las palabras, y se comprende como un «ente universal» ya que tiene vida propia en el subconsciente de cada uno de nosotros, y por ende, todos tenemos la capacidad innata de comprenderlos.

El arte tiene la peculiaridad de consumarse dentro de una estructura simbólica que reinterpreta la concepción del mundo, es el universo del artista en conjunción con la experiencia fenoménica en que se enriquece su mundo, a través de un empirismo interactivo entre la realidad física y la subjetividad espiritual, que comulga con su psicología intrínseca. Sin embargo, existe una yuxtaposición del juicio estético, desde el punto de vista conceptual y operativo, que conforman un micromundo de realidades estrechamente vinculadas entre sí y que denotan el sentido y el significado de la obra de arte.

La gestión de la obra comienza por una aprehensión bifurcada de los sentidos del artista, en derroteros distintos pero comple-mentarios, como ya lo hemos indicado, no obstante, plus ultra de la simple elaboración y plasmación del objeto artístico, desde un plano psíquico-intelectual a un plano material, lo cual no deja de ser un proceso interesante ya que comprende la esencia de la función simbólica, pues el desempeño del símbolo es precisamente servir de herramienta para la complementariedad fenoménica de los planos objetivo y subjetivo, es un umbral que comunica dos realidades, es el intersticio de la doble naturaleza del hombre; aparte de esta triple interacción, donde la obra de arte se coloca como un hemistiquio entre los dos planos encontrados, creando un triángulo del proceso estético (plano psíquico/obra de arte/plano físico) existe una conexión mucho más compleja que transforma este triángulo en un tríptico que representa el anverso y el reverso de este proceso de aprehensión, ya que, una vez expuesta la obra de arte a los ojos del espectador se reinicia otro proceso ambivalente, inversamente proporcional, que configura su sentido y significado.

Por tanto, la obra de arte lejos de ser un objeto estático, un vestigio mudo o una simple concepción de goce estético, comprende valores tan dinámicos y significantes, que muy difícilmente pueda verse suplantado por cualquier otro medio comunicante, incluso la palabra, que participa de los mismos procesos interactivos de aprehensión, pero que se halla desprovista de la subjetividad implícita de la imagen, claro está, siempre habrá que hacer la salvedad de que el lenguaje puede estar también inmerso en lo metafórico, y en este caso, se asemeja al arte simbólico, pero la diferencia estriba en que la metáfora es un hecho intelectivo que
traspone un elemento significativo por otro, mientras que la expresión simbólica es una concepción íntima y profunda que radica en nuestro ser y que ciertamente puede valerse de la metáfora para cumplir su acción comunicativa hacia el exterior, no en vano la sabiduría popular nos dice “una imagen vale más que mil palabras” y es que la imagen, por su cualidad directa de aprehensión, nos conduce, no sólo a la intelección de la forma, sino a la identificación del objeto en la reciprocidad fenoménica, implicándose valores tanto intrínsecos como extrínsecos, lo que ciertamente hace que cada juicio valorativo tenga una identidad individual, concebido, no obstante, en una visión colectiva. [Jair Ríos]